viernes, 4 de junio de 2010

Todos tenemos un A.L.E

“El tiempo, eso que conozco como tiempo se mide con tu ausencia”

Ya hacía tiempo que había notado la insatisfacción y vaga soledad del ser humano. Que si la criatura en cuestión estaba muy flaca, muy ebria, “muy mucho malo”. Y pensé.

La primera vez, amante lector imaginario, que su servidora se enamoró tenía escasos 12 años. Doce años y el amor adolescente, púbero llegó a la puerta. El cuasi hombre era en toda su expresión perfecto. Perfecto porque sentí mariposas en el estómago, ansiedad en el recreo, ansías incontenibles de besarle y tomar su mano. No sabía, desconocía por completo qué era en ese entonces el amor. Y sigo sin saberlo.

Pero sé con certeza que no deseo la hormona del olvido, ni tener la capacidad de borrar lo dañino para el alma. Porque disfruté el alma fisurada, las lágrimas nocturnas, la silueta simulada, la luna quejumbrosa, las borracheras y las flaquezas que tumbaban con indescriptible fuerza mi ser y el ser.

Escribí cartas, dediqué poemas, lloré a cuenta gotas, miré el reloj esperando llamadas, grité nombres en silencio e irrevocablemente me supe enamorada. Enamorada al fin.

Así caí en cuenta que todos tenemos un A.L.E

Amor Lejano Eterno… A.L.E Todos lloramos con canciones, todos poseemos el anhelo de vivir el cuento de hadas, de dormir acurrucados al lado de quien se ama. Todos vemos de reojo y pintamos una raya. Llega la mañana, de esas donde la luna se asoma a destiempo, levantas la cabeza y por alguna razón lloras. Nadie te consuela, nadie sabe que sufres porque duele y te duele porque amas.

Pasan las horas, los días, meses, veranos, años. Cuánto tiempo le dedicas y sigues en la cansada tarea de llorar seco, de gritar silencios, de besar almohadas de tocar ventanas. Amas, criatura indefensa, con todo el ser, con cada poro, con cada vello, con cada paso lánguidamente dado.

Amor Lejano Eterno. Que duele y vacía las entrañas. Que provoca espasmos y falta de apetito. Amor Lejano Eterno. Que mima la vida no dada y la comunión de dos que se aman.

Pasará el tiempo, correrán montañas y tú lloras. Asesinarás tus sueños, serás víctima de la rutina y lloras. Más aún, lloras por la ausencia de aquél, no por tu falta de gracia. Lloras por lo incompleto de la vida y las mitades en gajos, las veredas sin surcos y las subidas empinadas.

Pero, así como se secan en las sucias mejillas esas gotitas saladas, juro que se seca la vida. Yo amé, yo amo yo amaré. Yo he vivido, vivo pero no viviré. Declaro entonces que ahora, después de desilusiones, amores y encuentros de infortunio: que fue mejor haber amado a quien fuera. Fue mejor haber besado, como haya sido. Fue mejor haber tocado y quemar mis manos a dejarlas frías un rato.

Declaro, lector amante mío… ante el sujeto de los mil nombres: ¡Si nos hubieras visto! ¿Cómo no haberlo hecho, cuando todos alguna vez hemos desprendido el aroma del amor consumado y la dicha del abrazo perpetuo? La imagen que describo, solo puede ser estampada en nuestra mente como la felicidad encarnada y la compañía satisfecha.

Al final… todos estamos vacíos, incompletos. Satisfechos y llenos cuando aquel, aquella llega nos besa, reposa, nos mira y nos sabemos propiedad ajena porque ya no perteneces a ningún lugar y el lugar que llamas casa está a su lado.

Brindo y celebro por las lágrimas y la desdicha. Algo más llega. Busquen, busquen. Juro ante mis dioses que no habrá nadie que les ame con desmesura, pasión y locura hasta que tengas un Amor Lejano Eterno. Mientras llega, mientras le esperas, mientras le lloras. Ama, vive, ríe, sueña… me han dicho que ya casi llega.

Para mi amigo Bebebond de Tololoy

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